Comienza a publicarse un manga sobre cómo Akira Toriyama cambió la vida de un niño

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Shoichi era un niño como todos los demás: iba a la escuela, vivía con sus padres en alguna pequeña localidad de Japón y, en general, intentaba llevar una vida lo más tranquila posible. Eran los ochenta, una época donde todo estaba comenzando a cambiar –quién sabía hacía qué dirección–, y donde para él lo más importante era intentar hacer sentir orgullosos a sus padres, quienes siempre habían estado trabajando para sacarle adelante en todo momento. Shoichi tenía los mismos gustos que la mayoría de sus compañeros, pero no muchos lo sabían: no era alguien a quien le gustase destacar o alborotar especialmente.

Quizá por eso le costase tanto afrontar el grave problema que se encontró un año, cuando le tocó un profesor que, desgraciadamente, no dudaba a la hora de ejercer la fuerza física para castigarle. Ir al colegio poco a poco se había convertido para él en un auténtico infierno, y llegó un momento en el que, simplemente, perdió las fuerzas para ir. No llegaba a comprender la situación, el porqué de aquello, y pese a la dulzura de sus padres el único refugio que pudo encontrar en aquellos días fue una historia que se publicaba en las páginas de una revista de manga, la Shonen Jump, que trataba acerca de una pareja de jóvenes que intentaba reunir siete esferas para poder pedir un deseo a un dragón.

A Shoichi le fascinaba esa historia y, quién sabe cómo, encontró un respaldo en ella. Una motivación: poco a poco fue superando sus problemas hasta llegar al día en el que se dio cuenta de una cosa: como un agradecimiento, quiso hacer lo mismo que el autor de aquella historia de un chico con cola de mono; decidió que él también quería ser mangaka y publicar historias que, ojalá, pudieran ayudar a otros que estuviesen atravesando su antigua situación.

Pasaron los años y ya lo tenía claro: contaría su historia, su relación con aquella obra y con, especialmente su autor –una figura que, sin saberlo, lo ayudo en épocas muy difíciles–. Quizás esa fuera la magia del manga. La magia que, quién sabe, él también podría impregnar  en su autobiográfica Gakkou e ikenai boku to 9-nin no sensei.

Vía Misión Tokyo. 

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