Reseña de School Rumble

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Me gustan las comedias. Me gustan muchísimo, de hecho, y no me importa realmente si se va desde lo educado y fulminantemente gracioso hasta lo más puramente chabacano y tribal: mientras el fin sea la carcajada –y siempre con un auto-impuesto respeto para con sus orígenes por bandera– no veo mayor problema en que un medio intente hacer humor de muchas formas. School Rumble, que se postula desde el principio como una obra con un garbo bastante blanco y repleto de gags que no hacen sino referencia a la más sana de las adolescencias, cumple con eso a pesar de transformarse de una manera más que clara junto al lector durante sus 22 tomos (aquí editados por Norma estupendamente junto a un tomo, School Rumble Z, extra). Pero quizás esa metamorfosis casi kafkiana que tan notable es sea el punto clave que hace de esta una obra tan y tan buena: no es una evolución artificial, creada por conveniencia de unos editores u otros; es algo mucho más paulatino y que no hace sino adaptarse a las necesidades de unos lectores que inevitablemente demandarán lo que se termina contando, con mucho acierto, por un Jin Kobayashi que resulta armonioso, natural y, sobre cualquier otro calificativo, agradable.

Y es que lo que comienza como una simple y sin demasiadas pretensiones comedia estudiantil termina siendo todo un mejunje de sentimientos, ambiciones y personajes carismáticos: se traspasa la barrera del gag ambientado en un instituto cualquiera para llegar a un punto de no retorno donde lo que prima sobre el chiste es el personaje, la historia detrás de cada uno de la ampliamente superada treintena de caricaturas que tiene esta estupenda obra tan y tan coral. Porque aunque haya tres personajes –los primeros en presentarse, también– a los que sí se les da un papel más cercano al que podríamos considerar como utópicamente protagonista, claro, como figuras oficiales para el puesto, la obra se sostiene en base a las diferentes historias de muchos personajes distintos, todos ellos perfilados y escritos con un mimo sobresaliente.

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Lo primero que el autor nos quiere contar, en cualquier caso, es el triángulo amoroso formado por los tres antes mencionado: por  Tenma –típica chica despistada que no destaca–, Ooji –el pretenciosamente chico raro de la clase y del cual la anterior está enamorada– y Kenji –gamberro de poca monta encandilado por la primera–. Al principio se juega con eso, con cómo interactúan estos tres personajes entre sí. Pero esa situación no pasa de lo anecdótico, de estar en esa frontera entre lo querible por suficientemente autónomo y la simple función de encauzar diferentes líneas de diálogo para el resto de personajes: están ahí para que comencemos por algún lado, como punto de referencia central sobre el que crear todo un tejido de relaciones alrededor sobre las que, realmente, recae la importancia de esta obra.

De hecho, quizás el último mencionado, Kenji Harima,  sea el personaje que realmente sale de ese círculo vicioso creando situaciones con un montón de personajes más; los otros dos, en cambio, –y pese a que se les da un final muy respetuoso a cada uno, todo sea dicho–, sí que no consiguen lucirse lo suficiente al lado del resto de personajes, a cada cual más divertido y mejor construido.

Porque lo importante son, evidentemente, los personajes. O, quizás, la adolescencia: el autor nos habla acerca del amor y de la amistad; nos habla sobre la juventud. Nos cuenta acerca de todas esas vivencias y sobre esa manera de afrontar las cosas tan característica –casi tan sobre-estimulada como certera– que se presupone en la juventud. Veintidós tomos que narran sobre vivir, sobre querer y sobre, en general, un montón de situaciones –algunas de ellas bien hiperbolizadas– que no hacen sino trasmitir mucho positivismo y conseguir que el lector pase un rato más que divertido con unos personajes que entran y salen con comodidad de ese juego que es parodiar lo establecido haciendo exactamente lo mismo en un tipo de obra tan infravalorada como puede ser la comedia estudiantil.

Porque al final de la lectura nos habremos dado cuenta de que nada es igual: ni la obra ni quizás nuestra manera de concebir las comedias estudiantiles. Pero no importa: quizás ésa sea la última metáfora acerca de la adolescencia que Jin Kobayashi nos quiere dar. Una muy precisa y acertada, desde luego.