Sergi lo llamó cambio de constante, pero yo debo discrepar porque prefiero verlo de otra forma: si a mí me preguntaran, diría que la constante de Billy Bat sigue siendo la misma que la del primer tomo (y el segundo, y el…), y que el cambio de verdad, ese del que dependerá la obra de Urasawa y Nagasaki en tomos venideros, está en engranajes que moverán esta constante.
Con un matiz semejante, cualquiera es capaz de ver que estos engranajes sustituidos aluden, cómo no, al cambio más significativo en la obra y que exige al lector una asimilación más temprana. Aun así, el (presunto) cambio de protagonista realizado a estas alturas de la película requiere de una perspectiva más general, y esta, por lógica y definición propia, no deja de mostrar lo que hemos visto en tantos otros casos similares: Billy Bat #12, lejos de lo que pueda parecer, dispone nuevas fichas para un mismo tablero cuya partida, por si no estaba suficientemente claro, tiene pinta de ir para largo.
En consecuencia, Naoki Urasawa y Takashi Nagasaki se aprovechan del carácter transitorio de este duodécimo volumen para asentar nuevamente el mundo narrativo de la obra, introducir esas nuevas piezas de las que hablábamos antes y destapar los lazos que las unirán a las viejas, y eso, claro está, reduce la cadencia de mindfucks por minuto que el bueno de Naoki suele marcare en cada tomo y que tantas veces han desparramado nuestros sesos por las paredes. Con todo, no resulta raro ver descompensada la intensidad del tomo, máxime si uno compara su planteamiento con lo que a la hora de la verdad intenta ofrecer, pero evitémonos nos los rodeos y digamos que esta trampa ya la hemos visto antes muchas veces: confundir un periodo de transición en una obra de Urasawa con un mero trámite es, como mínimo, un acto de ingenuidad encantador, y creo hablar por todos cuando afirmo que lo que aquí se está perpetrando es un sembrado de información destinado a volarnos la puta cabeza en el momento que menos lo esperemos. Que no nadie os diga lo contrario.