Dentro de todo esa maraña de tópicos que, edulcorados o no, los japoneses tienen dentro de su contracultura (porque en este caso no es algo hiperbolizado por un extranjero sediento de una posible ridiculización de lo oriental), uno de los grandes trivializados es el icono del gamberro estudiantil: un airado personaje de carácter y pensamiento sempiternamente adolescente que, a las puertas de un cúmulo de responsabilidades terroríficamente adultas, se muestra macarrónico hasta la extenuación y siempre sediento de, ocultando su finalmente desarrollado buen trasfondo, enfrentarse a cualquier tipo de norma cívica que pueda encontrarse a su paso.
Crows, obra publicada originalmente entre 1990 y 1998 y ahora rescatada aquí por una ECC bienintencionada desde el principio (precio y edición sobresalientes, por qué omitirlo), cumple con ese cometido, al menos en el primer contacto divertido y llamativamente noventero que este tomo supone. En él conocemos al protagonista, Harumichi, y en general el escenario que impulsará todo.
Emplazamiento, el de un instituto japonés pernicioso y oscuramente mortífero, que confío se expanda a lo largo de una serie de veintiséis tomos que, aún hoy, me sorprende que vayamos a ver en nuestro país. Por diferente, por desconocida dentro de nuestras fronteras pese a su éxito (el prolífico Takashii Mike aclimató en un par de cintas la obra, y el manga ha superado los treinta millones de volúmenes vendidos en todo el mundo); también por su aire de gamberrismo nipón puro y férreo, el cual queda reforzadísimo por un dibujo tosco y de líneas duras que se adecua –con extremado acierto– a lo que una obra que se presenta, de primeras, repleta de diatribas (¿hacia la sociedad japonesa?, se puede intuir que también hacia las jerarquías escolares propias y abusivamente exigentes de aquellas tierras; quizás también de un modo paradójico hacia los mangas de gamberros delincuentes varios) demanda. Veremos.