Hablemos del ninja como icono arraigado al más puro Japón: perfiles de, en su mayoría, espías que, alejados de cualquier tipo de presumible valor perteneciente a los samuráis –a los que se presupone valientes y henchidos de un coraje curtido a base de batallas–, usaban épocas atrás las sombras de una manera extraordinaria para sus poco legítimos quehaceres, normalmente órdenes y peticiones de un señor feudal a cargo de la sombría figura que pretendía sacar información y desequilibrar todo lo posible al militar contrincante. Eso era un ninja, uno respetable al menos; es la figura más temeraria del mismo, a pesar de que revisiones posteriores puedan desvirtuar el término hasta limites insospechados: en series como la popularísima Naruto de Masashi Kishimoto ya había mucho de esto, aunque llevando también siempre bajo el brazo un poco de lo que la erudición japonesa, por cuenta propia, ha asociado desde siempre a estos mercenarios: una cultura y un modo muy concreto –unos animales muy fijados, por ejemplo– de ser que, en este Senran Kagura Burst, pese a ser también una descontextualización parcial de aquello, también hay.
Y menos mal, porque si no directamente no habría ningún atisbo de argumento, por nimio que sea, para las divertidas –pero simplísimas hasta decir basta– maracas de golpes y combos que el juego, desde el minuto uno, nos mete en la cabeza bajo el contexto de una escuela de kunoichis (la mujer ninja es así conocida) que tienen que hacer distintas misiones mientras van perdiendo la ropa según van recibiendo golpes. Porque no hay más: la portada que en nuestro territorio se ha usado se ha hecho específicamente para dejar ver claro que la cosa va, exclusivamente, de mujeres: apenas salen caracteres masculinos en el anodino argumento, y mucho menos se les controla: la esencia de todo, la mecánica clave en todo esto, es manejar a chicas con la más puramente comercial de las apariencias que el anime nos ha dejado en lo que llevamos de siglo: hay tres barras en la pantalla (vida, ropa y energía) y un montón de pre-fabricados escenarios en los que nos podemos mover lateralmente, con pequeños escarceos verticales, donde hasta derrotar a la muchedumbre de enemigas no podemos pasar al siguiente bloque. Lo típico, vaya, solo que aquí sin demasiada sofisticación: las cadenas de combos que podemos lograr con un poco de habilidad son altísimas, pero desde luego no es un juego difícil. Sí monótono, y mucho, y eso hace que la partida ideal sea una corta y rápida, como si de un juego de móvil se tratase. Jugar un rato seguido cansa, pero pasarse un par de niveles en un espacio de tiempo reducido puede ser hasta gracioso.
No para todos, eso sí, y es que hay que entender el juego para saber reírse de él: no es una parodia de lo parafilícamente japonés, pero tampoco es algo, creo, hecho a mala fe. Me explico: a este Senran Kagura Burst, que en realidad son dos juegos dentro de uno, se le ha acusado de machista, de misógino y de mero intento de colocar como objeto de perversión sexual puro y duro la imagen de la mujer. Y, la verdad, creo no hay que señalar excesivamente al que dice que esto es una cosa tal que así –pervertida, sin gracia ni trasfondo–, porque realmente tiene un poco de razón.
El juego está diseñado para que cojamos a una de las chicas (menores de edad) y vayamos por ahí dándonos katanazos mientras van perdiendo la ropa y les botan los (excesivos) pechos que tienen. No hay nada más, y nadie tampoco lo intenta esconder bajo ínfulas de hack and slash profundo y acogedor.
Nos puede gustar más o menos esto, desde luego, pero es lo que hay; Senran Kagura es directo y claro: desde el primer momento y de una forma endiabladamente clara nos grita que seleccionemos a una de las chicas (cada una con unas habilidades y armas de combate distintas) para luego equiparle, si apetece, alguna cosa desbloqueable que nos guste ver en el escenario mientras nos damos mamporros y esperamos que se quede en bikini. O, por qué no, que la saquemos directamente así. Ése es el mensaje de este Senran Kagura, y es lo que nos propone en todo momento. Supongo que lo que el anime basado en la franquicia ofrece también debe ser parecido, pero yo no lo he visto; al igual que éste, desprende un aroma que, creo, sólo los que están dispuestos a colgarse un póster de una chavala anime o a tener una almohada con una estampa parecida pueden disfrutar plenamente. Yo no estoy dispuesto a ello, pero qué le vamos a hacer: esto no es otra cosa, y el juego va para esos aficionados, que lo disfrutarán como pocos creyéndose incluso que las mecánicas son mejores de lo que realmente son gracias a todo lo superficial que el juego contiene. El resto, y también por esa maraña de erotismo japonés moe, lo juzgará incluso por debajo de lo que realmente es: un juego por y para aficionados muy concretos.