No sé si muchos recordaréis que uno de los primeros artículos con los que nos estrenamos en este blog, hace ya algo más de un año, fue con uno de mi compañero Ashita llamado Navarro habla, nosotros gozamos. El texto, que se publicó a finales de 2012, estaba lleno de esperanzas y buenas palabras para una EDT que ya por aquel entonces no pasaba sus mejores momentos: aquellos últimos tiempos habían sido duros. Mucho. El principal cataclismo editorial que todo nuestro mercado sufrió con origen en la empresa de Joan Navarro fue cuando, el día 18 de septiembre, éste anunció de pronto y sin previo aviso en su blog que habían perdido cualquier tipo de derecho sobre las series propiedad de la japonesa Shueisha: auténticos bombazos editoriales de la talla de la gigantesca Naruto o las también muy populares Death Note y Bleach fueron confirmadas como, desde ese momento, propiedad de otros entes editoriales. Y es que fue un varapalo del que éstas sacaron tanta tajada como pudieron: Norma Editorial se llevó Claymore, Death Note y alguna más; Planeta consiguió con Saint Seiya y Naurto (más One Piece y Dragon Ball, que ya las tenía desde siempre) tener el catalogo de manga juvenil más potente del mercado, y Panini (Gantz, Bleach) e Ivrea (Zetman, D.Gray-man) hicieron los movimientos pertinentes para intentar sacar también un beneficio propio del problema de los catalanes.
Mucho se escribió por aquel entonces sobre aquel perjuicio. Como siempre, ocurrió lo mismo: tres o cuatro conocían a ciencia cierta lo que había pasado y el resto sólo podía divagar como buenamente se le ocurría, entre sorprendentes alegrías y extremadamente entendibles tristezas: no sólo es que de pronto el panorama se volcase en contra de la editorial que había popularizado el tankoubon como el formato estándar para el manga en España –así como cuantiosos logros más–, sino que un montón de series iban a perderse para siempre ante la falta de motivos para que el resto de las editoriales las salvase de la futurible quema: Capitán Tsubasa, Gintama, Kimagure Orange Road o Gals! eran obras que, junto a unas cuantas más, ya habían vendido lo que podían vender y no despertaban ningún interés especial: fue entonces cuando siguieron los packs de saldos. Porque los famosos packs de mangas baratos que estos meses pasados han colonizado las tiendas de tebeos no han sido sólo de de series cuyos dueños eran los propietarios de la Shonen Jump, sino también series cuya edición llevaba el sello Glénat: es importante recordar en todo esto que, uno de los motivos (al menos público) de los que se dio para la desconfianza repentina de Shueisha fue la separación de los catalanes de su hasta ahora empresa matriz francesa; Navarro ha contado no pocas veces acerca de cómo él mismo compró en 2011 la filial en la que hasta ahora había estado trabajando con éxito, desbancando así a otras editoriales que, se comenta, también estaban interesadas en la, debido a las pérdidas ocasionadas, venta.
La cuestión es que aquel primer tambaleo pareció haberse salvado de cara a la galería: como digo las series con la antigua marca (Eureka Seven y Otaku in Love fueron las primeras de un periodo que se dijo podía durar cuatro años) ya se saldaban, y a éstas se unieron nuevas de Shueisha, un terremoto en tiendas que aún se dice perjudicó a todos, incluso futuros compradores de su nueva marca, Editores de Tebeos. Porque eso eran, al fin y al cabo: editaban más cosas aparte del manga, como la Esther de Purita Campos o los famosos Soy de pueblo. Pero volvamos al momento en el que se pierden las licencias traídas de la factorías más shonen del mundo: Naruto era de lejos lo más goloso de ese paquete, el manga más potente que incluso a día de hoy se sigue publicando. Más que One Piece, y todo: por unos u otros factores el manga de Kishimoto causó auténtico furor en España (no algo tan fuerte como Dragon Ball en décadas anteriores, quizás, pero sí muy significativo para los adolescentes del nuevo milenio). Con su pérdida, se iba también la fuente de ingresos más acusada de la editorial y que les permitía hacer virguerías con otro tipo de series.
Cosas como la publicación de la obra basada en el ero-guro de Shintaro Kago, autor que ya se había dejado caer por nuestro país durante esos meses pero que, como marca perteneciente a ese conato de autores que no pocos se adelantaban en catalogar como otro tipo de dibujantes casi salvadores y milagrosos, se comenzaban a ver con más fuerza. Fue cuando publicamos ese fatídico artículo: se abandonó por imposibilidades económicas el shonen de gran envergadura y se lanzaron de cabeza a las fantásticamente distintas publicaciones del tipo de Hikari Club, Hokusai, Reproducción por Mitosis o Novia ante la estación, títulos seinen muy atractivos que, acompañados de Takemitsu Zamurai, la rescatada de manos de MangaLine Berserk y cosas como El Dulce Hogar de Chi, La Espada del Inmortal o aquella edición inventada de Ranma 1/2 –sin olvidar una línea Gaijin que cubría la falta de novedades como buenamente podía–, no hacían un catalogo desdeñable. Menor, distinto, pero no peor. Ciertamente, era un buen nuevo punto de partida, algo con lo que comenzar un camino en el que las otras editoriales habían conseguido bastante ventaja.
Pero las cosas no iban bien. No se decía, pero se intuía. No era difícil, aquello: las novedades comenzaron a bajar a un ritmo alarmante, y se comenzaron a escuchar más quejas de gente empleada por Navarro que comentaba acerca de problemas a la hora de los pagos y otro tipo de particularidades que, a buen seguro, imaginaréis. Tengan razón o no (yo no soy nadie para desacreditar a alguien, faltaría más) esto no fue bueno para el comprador ajeno a cualquier tipo de entramado mercantil: la imagen ya de por sí en peligro de la empresa del printed in Catalonia comenzó a caer en picado, y llegó a tocar unos fondos de los que ni promesas mediante, se consiguió salir. La empresa estaba en su peor momento: se notaba a leguas de distancia que no había dinero, y sumadas a decisiones poco acertadas (se trajo a Kago como autor invitado al Salón cuando había acusaciones de impago) la gota que colmó el vaso fue cuando la edición de Berserk, que re-editaba lo que MangaLine había sacado años atrás, dejó de traducirse de la mano de Marc Bernabé y su Daruma: se indagó un poco y se descubrió que los nuevos tomos de la antigua Glénat España estaban siendo traducidos como buenamente podían directamente del francés, y el enfado de los compradores fue general. La empresa de traducción anunció el cese de sus trabajos para la empresa, y todo comenzó a caer de un modo casi desesperado cuando, después de inundar el mercado con packs de las series que antes decía sin futuro dueño, subieron de precio los tomos no saldados. La ya citada Berserk o Astroboy, por citar dos de una larga lista, se colocaban así en los diez euros como precio oficial, mientras que los tomos del hasta entonces afianzado 7,50 se pusieron en los casi ocho euros. No había nada más que hacer: casi de un día para otro todo se fue al garete y ya nadie confiaba en la editorial, ni siquiera cuando dijo en el último Salón del Manga de Barcelona que pensaban publicar algún tomo pendiente más de la obra de Kentaro Miura o la 51 Maneras de salvar a tu Novia de Furuya, cosa que, evidentemente, no se ha hecho finalmente.
No se ha podido, al fin y al cabo. Desgraciadamente estos últimos meses han sido totalmente agónicos, con algunos retapados, como los de cómics como Sex Report o Tekkon Kinkreet que, desgraciadamente, no han solucionado nada. Al igual que tampoco lo han hecho packs simplemente promocionales como el de los tres primeros tomos de Negima o las reimpresiones de tomos de Capitán Harlock e Inu-Yasha. Series que, como el sábado pasado se confirmó en una charla del propio Joan Navarro, quedan paradas indefinidamente: EDT ha anunciado el cese de su línea manga. Van a tomarse, han dicho, seis meses de reflexión y de trabajo; quieren ver cómo salir de aquí de algún modo, publicando tebeo clásico español y alguna cosa japonesa puntual. Tristemente, es complicado creerles, y más cuando, abandono de sede y ventas en ella mediante, el lector se queda con cosas como la Cinturó Negre de Urasawa, Fushigi Yûgi Genbu o La Espada del Inmortal inacabadas.
Un varapalo para ese lector, el que presupone que va a poder terminar de comprar todos los tomos de unas series cada vez más caras; también para el que no tenía interés en ésas: que una editorial cierre (al igual que cualquier otro tipo de negocio) nunca es agradable, y más si con ello se pierde parte de la historia del cómic en este país. Porque EDT, la antigua Glénat España, ha sido parte de todo, ha estado ahí y ha llegado a ser de las más grandes y populares, con unas calidades y cantidades excepcionales. Incluso cuando por el cierre de la imprenta de toda la vida tuvieron que bajar la calidad de papel; aquel bache lo superaron, éste desgraciadamente no.
Decía al principio del artículo que aquel texto de mi compañero estaba lleno de esperanzas; el de hoy, me temo, no es el caso. No hay ya tiempo para eso, no hay posibilidad. Es una pena, vaya que si lo es, pero quizás sí hay tiempo para algo que he intentado ocupe la esencia del esta reflexión: para el agradecimiento. Porque lo hay, porque lo debe haber. Porque ellos han formado parte de nuestra historia como lectores, y eso nunca lo olvidaremos. No yo, desde luego.
Gracias y hasta siempre, EDT.