Justo antes de escribir estas líneas acabo de leer el octavo tomo de Ataque a los Titanes, y la verdad es que me he llevado una grata sorpresa: la cosa vuelve a ponerse interesante después de lo que, para mí, fue un pequeño –y quiero creer que necesario– bache a partir del tercer tomo. No sé cómo irán por Japón, pero así están las cosas en el momento con el que nos encontramos los que compramos los tomos que aquí saca Norma trimestralmente. Isayama, que no es un autor especialmente talentoso (ni en dibujo ni en guión), se siente cómodo con toda esa masacre de sanguinaria y tiránica acción que sabe dibujar con especial dramatismo gracias a la suciedad propia de su estilo, y nosotros también. Yo por lo menos, vaya: Ataque a los Titanes se pone interesante cuando va sobre unos pobres desgraciados que, saliendo al bosque en busca de respuestas, se encuentran con un autentico lodazal de sangre a los pies de unos gigantescos seres que no hacen sino perpetrar una de las distopías más interesantes del cómic actual.
Yo quiero eso, y no creo ser el único: ver a una tropa de tipos –de los que, la mayoría de veces, no quiero saber sino cuánta sangre podrían soltar al ser mordidos por un titán— ir saltando por ahí con sus suerte de katanas se me hace especialmente divertido y entretenido. Un entretenimiento que no aporta mucho más, la verdad, pero que no debería hacerlo tampoco, pues no creo que Isayama quiera –o sepa– ir por ahí. O quizás sí, quién sabe, pero no aquí, no al menos en esta obra que tanto y tanto éxito está teniendo por todas partes.
Tanto el anterior tomo como éste dejan ver mucha acción, una desenfrenada y trepidantemente reveladora que ya se mostraba en los dos primeros tomos, los cuales ya enseñaban acerca de por qué nos debería gustar este manga. Estos dos tomos me han recordado mucho a aquellos que salieron a finales de 2012, sólo que revitalizados: una puesta al día donde, aunque parezca que no, se muestra todo lo que ha pasado. Que es mucho, porque casi sin darnos cuenta los personajes han evolucionado dentro de un espacio de tiempo por ahora cercado, y eso está francamente bien: sigo sin saberme el nombre de la mayoría del reparto de esta obra con falsa coralidad, pero no importa; poco más le pido a este shonen con ínfulas de seinen que un entretenimiento barato y lo más resultón posible. Y eso, por lo menos, lo consigue sin demasiados problemas. Y a mí me vale.