Reseña de El Almanaque de mi Padre

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Descubrir a tu padre a través de su muerte… O dicho de otro modo, cómo un historia consigue destrozarte por dentro sí o sí.  Antes de proseguir con la reseña de El Almanaque de mi Padre, dejadme aclarar un par de puntos: primero que todo lo que diga no conseguirá hacer justicia al manga —no, perdón, a la obra de arte que he leído—, ya que Taniguchi es tan bueno que tendría que estar prohibido. Segundo, y eso os importará poco o nada, comentaros que yo no tiendo a llorar por nada; podría contar con una mano los libros, películas o mangas que me han humedecido los ojos, y pese a que lloré como un niño con la relectura de Cross Game, El Almanaque es el primer manga que me ha hecho derramar más de una lágrima mientras lo leía por primera vez. Os cuento esto más que nada para demostraros lo mucho que ha llegado a impresionarme esta colosal obra, que si hacemos caso a la promoción de la editorial —y en este caso me lo creo— ha llegado a vender más de un millón de ejemplares en nuestro país, un hito casi irrepetible (recordad que Joan Navarro comentó que Naruto, el gran superventas del mercado, les había vendido millón y medio). 

Mi primer contacto con Taniguchi, os lo creáis o no, llegó de la mano de la literatura. Hace un par de años leí La elegancia del erizo (de Muriel Barbery, ganadora del Prix des libraires en 2007), donde mencionaba al mangaka como uno de los autores preferidos de un personaje. Es curioso que en un libro te ponga de modelo un autor de manga, así que cuando tuve la ocasión compré Barrio Lejano. De esta obra ya hablaré otro día: de momento comentaré que me gustó mucho y me hizo convencerme de que, cuando tuviera la ocasión, seguiría comprando más material del autor. Pero claro, ser aficionado de Taniguchi en este mercado no es barato, y por un sinfín de casualidades aparté la vista de sus obras hasta que Planeta lanzó una nueva edición del Almanaque en su línea Trazado. No entraré a valorar si era necesaria una nueva edición, si es muy cara, si la tapa dura no va bien para leer, si Planeta cualquier cosa. Lo único que diré es que yo he encontrado la edición y la traducción muy correctas —aunque me mosquee el sentido de lectura occidental— y que el Almanaque se merece ese precio (aunque si encontráis una de sus ediciones antiguas y la compráis, no pasa nada, algunos euros que se ahorran).

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Ahora sí, entremos en materia. El Almanaque de mi padre gira alrededor de dos ideas caudales que sirven como inicio y fin de la trama. Estos dos puntos son muy simples pero complejos a la vez: uno es el ya mencionado anteriormente; el descubrir a tu padre a través de su muerte, y el segundo punto sería el retorno a la tierra natal.

En este caso se trata de Yoichi, que vuelve a su ciudad natal, Tottori, con motivo de la muerte de su padre: durante la noche del velatorio él va descubriendo la verdad sobre el a través de las charlas que tendrá con su familia y diversas fotos antiguas que no evocan sino recuerdos. Es una historia desgarradora que produce pena, rabia, frustración; querrías gritar a cada uno de los personajes por su comportamiento y actitud, las cuales provocaron un distanciamiento en la familia de Yoichi, eje argumental sobre el que se cuenta lo demás.

fotos-Toda historia es buena en su concepción, lo único es que luego hay que saber desarrollarla, y en eso Taniguchi es un experto. Nos encontramos ante un manga de corte costumbrista, con un grafismo impresionante, donde el autor muestra cómo era el Japón de los 50 y 60: cómo vivía la gente, sus costumbres, algunos sucesos… Todo con un ritmo tranquilo, pausado, medido al milímetro donde de una forma lenta pero segura se nos va desvelando la trama, construyendo a los personajes en cada página, desvelándonos partes de su personalidad que hasta ahora estaban ocultas y ayudándonos a entender cómo han llegado a la situación en la que se encuentran. Hay que destacar que el genio de Tottori —Jiro Taniguchi es de allí— hizo una labor impresionante de documentación, y ha sabido reproducir bien los hechos que ocurrieron en su prefectura en esos años, pero donde sobre todo brilla es en el proceso de entender y reproducir el modo de pensar de la gente según su edad. Un niño no razonará como un adulto, al igual que un adolescente no se inquieta y preocupa por lo mismo que un joven. Taniguchi no dibuja o cuenta una historia: más bien radiografía una realidad.

El Almanaque de mi Padre es sin duda alguna un manga único, perfecto y precioso.