Permítanme introducir este artículo con una de mis alocadas, qué digo alocadas, ¡disparatadas aventuras por la capital! Entendiendo, eso sí, “capital” por Valencia, “disparatadas” por normales y corrientes, y “aventuras” por situaciones rutinarias.
Andaba un servidor por comprando manga junto a un amigo aficionado al cómic americano, cuando este me preguntó acerca de… ¿Blue Exorcist? Creo que sí, de todas formas eso no es lo importante. El caso es que en cierto momento se me ocurrió, pobre de mí, referirme a la obra de marras cómo «este tebeo». Como un jabato, un chico saltó de las sombras para sacarme de mi craso error «¡NO ES UN TEBEO, ES UN MANGA!». Caray, menos mal que me lo dijo, ahora le veo mucho más sentido al título de esta web.
Lo que quiero decir con esto es que esta ferviente insistencia por adoctrinar a la gente en una jerga propia del mundillo otaku no es nueva. Y sí, por mucho que el chico tuviese razón (que yo también la tenía, ojo), la palabra “manga” no deja de ser parte de un argot que las demás personas no están obligadas a aprender.
Sólo hay que abrir Twitter para ver a alguien quejándose de que «Jo, es que mi padre llama dibujos japoneses al anime», «Jo, es que le he pedido a mi madre que me haga un cosplay de Pikachu y me ha dicho que de qué puñetas le estoy hablando». Pues amigo, no es que sus padres sean retrasados (que a lo mejor sí, porque le engendraron a usted), es que el anime no deja de ser dibujos animados y un cosplay no deja de ser UN JODIDO DISFRAZ.
El mundo del manganime es un ámbito que, al estar basado en una cultura completamente externa a la nuestra, incluye una jerga mucho más amplia de lo habitual. Debemos ser conscientes de que, por mucho que el anime sea lo más importante en nuestra vida (que en una persona mentalmente sana no suele serlo), en según qué contextos debemos olvidarnos de la terminología a fin de facilitar la comunicación con el resto del mundo, ni más ni menos. Y ustedes dirán «Bueno, pero es que en este ejemplo tú sí que sabías lo que era un manga». Pues sí, y mi compañero también, pero digo yo que también estoy en mi derecho de llamarlo como me dé la gana siempre que no patine mucho y me vaya a significados completamente distintos.
Espero sinceramente que estos comportamientos propios de un niñito impertinente sean cosa de la juventud en la mayoría de los casos (en este no, el chico ya tenía una edad), pues el lector medio de manga rondará, qué sé yo, los 16 años, y a esas edades todos nos creemos rodeados de estúpidos. Si alguien se ha sentido reflejado, pido por favor que no se ofenda, pero que reflexione un poco, porque cosas así no hacen más que degradar su imagen y la del conjunto de aficionados al manga. Ni siquiera el dependiente de la Fnac está obligado a entenderles cuando le pregunten por dónde está la sección de shônen, aunque seguramente lo haga, así que guárdense esos humos para el próximo Salón del Manga.