La Edad de Oro, esa imprescindible saga de Berserk

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Berserk. Sólo con pronunciar esa palabra se me agolpan, de pronto, todas las sensaciones que tuve mientras leía la primera parte de la obra. Porque no, todavía no he leído nada más: he querido digerirlo, saborearlo; reflexionar sobre todo lo visto y sacar una conclusión. Y es que la historia de Kentaro Miura se presta justo a eso, con mucho y muy bueno de lo que hablar largo y tendido. Para el que no lo sepa, esta épica maestra se podría separar en dos partes: todo lo que ocurre hasta el decimotercer tomo y lo que va inmediatamente después. Los primeros capítulos, eso sí, están ambientados en algún momento del presente; todo lo restante hasta el punto mencionado es un enorme flashback que abarca desde el nacimiento de Guts, el protagonista y tipo de la foto superior, hasta lo que sería la muerte de su libertad, la maldición de su sino y el eje sobre el que gira la trama, un espacio llamado normalmente como «La Edad de Oro«. Pero Miura no improvisa: desde el primer momento sabe lo que quiere contar y hasta dónde va a llegar; el porqué de cada elemento y la función de cada uno de los personajes: aunque en una primera lectura todo se pueda sentir como una oda a la violencia más visceral y a la personificación del odio –quizá del propio: de ese entretenimiento escandaloso que supone el ver a un tipo de dos metros cargarse a un centenar de soldados–, hay ahí un siempre presente entramado narrativo increíblemente majestuoso en todos los volúmenes, un hilo que lo conduce todo de un punto para otro y que no concluye sino en una lectura increíblemente placentera.

Porque Berserk no es una obra más, es algo increíblemente excepcional. Es soberbiamente deliciosa, y se disfruta desde el primer segundo. Se recrea en la violencia –o lo que es lo mismo: en ella– y sabe muy bien lo que quiere trasmitir, abarcando conceptos tan clásicos como son el amor o las guerras sin cuartel: en ese sentido Berserk no es, a simple vista, algo nuevo o que no se haya contado infinidad de veces en cualquier otra representación creativa; lo brillante del asunto está en el cómo la obra lleva al límite todo lo que el manga, como medio, puede ofrecer. La narrativa de Miura sorprende por su rapidez y directas acciones, sin un momento para el respiro: sabe hacer de la calma la mejor tempestad; de las contiendas, una placidez creativas como pocas. Lo hace todo bien, y no hay una viñeta mal puesta, un recurso narrativo errado o algo que desentone: el dibujo, de corte realista, tiene ese encanto –la parte leída, al menos– que tenían muchas obras del siglo pasado, esa devastadora y cautivadora precisión que, acompañada de un argumento que no hace sino acopio de toda la valentía que se presupone en la demografía seinen, se envalentona para mostrar sin pudor cualquier tipo de situación por más grotesca que pudiera resultar.

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Berserk es algo, desde luego, diferente: por su encantadora vileza, quizás; puede que también por esa puramente obscena manera de contar las cosas que tiene. Leer un tomo de esta obra es algo sorprendentemente absorbente, con esa medieval ambientación plagada de demonios con la que juega. Pero no siempre satanases varios con forma de espectros, que también, sino más bien con ese Belcebú que todos los personajes llevan dentro. Algunos más visibles, otros menos, pero todos dentro de la Banda del Halcón tienen ese pequeño resquicio de maldad, de una solemne y casi aberrante manera de demostrar sus convicciones y pensamientos. Por algo son mercenarios, claro: el colectivo que protagoniza las leyendas contadas durante esta primera gran saga no son sino unos pobres desdichados que vagan de un lado a otro en busca de algo de felicidad, de una manera de suplir todos esas carencias que demuestran con el ingreso en la cuadrilla de Guts al poco de comenzar todo el embrollo. Quizá realmente de eso vaya esta parte de Berserk, de sueños y anhelaciones; las de unos, las de otros. La Edad de Oro tiene una importancia argumental tremenda sobre todo lo que vendrá después en el computo general de la obra magna de Kentaro Miura, pero también puede aislarse como un pequeño relato acerca de convicciones y sueños. Se puede tomar como una reflexión muy aguda acerca de un montón de cosas, todas ellas muy buenas y contadas con un solemne esmero que pocas veces se ven.

No sé muy bien lo que hay después de La Edad de Oro, y no sé si quiero saberlo. De hecho, no me hubiera importado en absoluto que este manga hubiera terminado aquí: no necesito obligatoriamente todo lo bueno que pueda venir después. Este tramo de la historia de Berserk es algo que no creo que olvide nunca, un antes y un después en mi manera de entender el manga como arte. Y, al fin y al cabo, las historias comienzan y terminan donde uno quiere.