Reseña de Jango

jango01_01gJango es muy probablemente uno de los shonen más genéricos que he tenido el gusto de leer. Y digo gusto porque, a pesar de no tener nada absolutamente destacable, se hace agradecidamente entretenido y ameno para lo que podría haber sido.

La obra no es excesivamente larga –8 tomos– y está basada en Boktai, una saga bastante interesante de videojuegos creada por Hideo Kojima; cosa de la que la edición de Planeta (ésta era de aquellas de precio reducido de 2008) se vanagloriaba de oficializar en grande en la portada de cada puñetero tomo.

La saga esta de Kojima era un RPG. Y si la mayoría de shonens ya están creados a partir de una estructura muy similar a la de este tipo de juegos, un manga shonen que tuviera como fuente de inspiración uno de ellos ya debería ser un espectáculo de lo no-original. Y sí, Jango es justamente eso: ni el diseño de los personajes, ni los diálogos, ni los combates ni nada que ahora mismo recuerde son algo fuera de la regla.

Aun con todo, la obra de Makoto Hijioka –creo que aparte de una saga del manga de Pokémon no ha hecho nada– tiene cierta gracia: es una adaptación y como tal ya tiene unos límites, pero a pesar de no saber explotarlos demasiado bien el tío se desenvuelve de manera aceptable dentro de lo genérico. Probablemente nadie se acuerde de Jango a día de hoy –ni dos semanas después de su licencia siquiera–, pero oye, ahí está editado por Planeta y dispuesto a dejarse querer por algún niño de diez u once años que sepa disfrutarla y guste de combates sencillos y personajes planos como ellos solos.

No hay más: siempre me gusta encontrar alguna virtud intrínseca en las obras que reseño, pero es que aquí hay poco salvable. Jango es un manga que va a lo que va con unos diseños atractivos pero ya muy vistos, una obra que destila unas falsas amistades y búsquedas del hermano perdido que son muy de mercadillo y en general un tufo a elementos reciclados de todas partes que echa para atrás. Tampoco es que haya ninguna disonancia especialmente acusada: Hijioka va soltando elementos unos tras otros; si nos la cuela, pues bien, y si no, pues como que le da igual.