Hay gente que se empeña en considerar Death Note como algo más que un shonen, que al final es lo que es. Uno basado en nuestro mundo, con un dibujo realista, pistolas y muertes por doquier, sí, pero un manga de la Jump al fin y al cabo: como tal y pese a lo ciertamente original de su planteamiento ese hecho implica una serie de elementos casi de obligado uso que podemos ver en cualquier otra obra del género y que aquí también están en su forma más rudimentaria. No es tan complicado de entender: la historia de Tsugumi Ohba y Takeshi Obata no es, por mucho que algunos quieran creer, un seinen, ni oficialmente ni en estructura. Ni siquiera es realmente una obra de intriga demasiado bien planteada; no tiene un guión tan inteligente como algunos se obcecan en decir.
Pero tampoco nos cebemos: Death Note no es muchas cosas, pero sí que es claramente una obra entretenida con cierto énfasis en intentar llevar el típico shonen por otro derrotero del acostumbrado. Ya sé que a algunos no les gusta eso de que los lectores más novatos —por así decirlo— lean sus obras predilectas, pero eso no debería ser un impedimento para que disfrutemos de un manga, y pese a todo Death Note no es una mala historia: tiene algunos personajes o situaciones emocionantes dentro de un desarrollo más o menos claro; además, todo se cierra de una manera más o menos coherente –aunque nos guste más o menos el cómo se llega a ese punto–. Que sí, que todas esos que van con el colgante de L y que creen que el guión de Ohba tiene los giros de acontecimientos más impresionantes que se han visto nunca (los hay, de verdad) son bastante molestos, pero dejemos que ellos —ellas también— se dediquen a sus tonterías y nosotros a disfrutar de una obra que oye, entendida desde esa perspectiva de shonen-venido-a-más es disfrutable.
No hay mucho que contar sobre la historia porque es imposible no haber oído nada acerca de ella, sobre todo de esas discusiones acerca del bien o el mal que se supone plantea el manga. Pero nada más lejos de la realidad: una de las mejores cosas que tiene esta obra es que no quiere instruir acerca de unos valores morales o abrir debate ante unas discusiones pro-pena de muerte o derivados, sino que lo que se quiere es contar una historia. Y esto es gracias a las fronteras editoriales de su revista madre: si se hubiera publicado originalmente en alguna revista seinen –donde el guionista se hubiera podido explayar mucho más por esos temas– ni tendría la misma fama ni, estoy convencido, hubiera salido algo demasiado decente.
A nadie le importa si L o el último policía de la comisaría opina que matar está bien o mal, no hay unas largas reflexiones sobre ello —no al menos con un pensamiento instructor de por medio— sino que se deja claro quién está a favor y quién no de una forma muy básica.
Dejémonos de perogrulladas y aceptemos que, aun con todo, Death Note no es tan mala como se quiere creer. Ni tampoco tan buena. Es entretenida, sin más, y con eso muchas veces ya vale.