Reseña de El Castillo Ambulante

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No pocas veces hemos oído eso de que «los libros son siempre mejores» que las adaptaciones cinematográficas de los mismos. Y vaya, muchas veces –casi todas– se puede resumir cualquier reconversión chapucera del medio literario al cinematografico con esa escueta frase. Pero quizás, y por muy mala que esa adaptación sea, suelen traer algo bueno para el escrito original: al ser comparada con la cinta, y si ésta es como ya menciono no un alarde de calidad, se tiende a ensalzar más de lo que se merece al libro. Y en fin, yo no he leído el ejemplar original de «El Castillo Ambulante«, pero o es una obra maestra que sitúa a la británica Diana Wynne Jones a la altura de los grandes escritores de todos los tiempos o aquí Miyazaki ha roto la regla con la que he comenzado este texto; si no, no encuentro explicación de cómo el japonés consiguió estrenar una cinta tan arrebatadoramente cautivadora de principio a fin.

Ahí los personajes tienen mucho que decir, claro, con un algo escaso –pero perfecto– reparto que funciona especialmente bien entre sí: este soberbio cuento simplificado en un amor sin ningún tipo de barrera tiene mucho de misticismo en sus escenarios y en su propio mundo, llevando la palabra Ghibli al extremo de lo entendible como techo de lo fantasiosamente cotidiano. Si en aquella legendaria Mi vecino Totoro Miyazaki lo entendía todo desde un prisma mucho más realista, partiendo de un base humana y llegando en el final del trayecto a lo ficticio, aquí ya se parte desde el de lo místico y lo fantasioso, para después, y poco a poco, profundizar en el concepto de las relaciones humanas vistas desde el paradigma de lo ilusorio. Es una vuelta de tuerca lo suficientemente efectiva como para sostener toda una cinta, aunque quizás no esté contado de una manera totalmente brillante: se podía haber hecho algo mejor, menos confuso en algunos aspectos.

howls-moving-castle-pic-2Lo que quiero decir es que el guión, sin ser malo o disparatado, no está a la altura de un equipo absolutamente inspirado en una animación de una abrumadora calidad: es disfrutable, sí, pero le falta atar algunos cabos o explicar ciertas cosas con algo más de profundidad. Se quiere abarcar mucho, con muchos matices, y se consigue el propósito inicial: mostrar un mundo muy vivo y con muchísimo pasado. Hay tantas cosas, tantas explicaciones apetecibles de ser escuchadas pero que se pierden al lado de la trama principal que es una pena para el espectador seguidor del amigo Miyazaki.

El mismo que debe también comprender que en esta cinta el creativo no encuentra un nuevo techo como lo fueran aquella magnífica la princesa Mononoke o la no menos prescindible El Viaje de Chihiro, pero que sí que el director se acomoda dentro de su ambición creativa y de unos objetivos muy claros: está el amor, sí, pero también la guerra. Es todo muy agradecidamente ghibliano.

La historia, en cualquier caso, tiene el suficiente enganche y conseguida pretenciosidad como para dejar un buen sabor de boca: la historia de Sophie, una dulce y tímida chica que es transformada en anciana por culpa de la maldición de una bruja –y que acude al misterioso castillo ambulante en busca de una posible solución que le pueda proporcionar el brujo Howl–, es en general muy entretenida y lo suficentemente sofisticada como para contentar a alguien de cualquier edad: puede que el ritmo sea en ocasiones algo lento para según qué espectadores más jóvenes, pero eso no será ningún contratiempo para el resto, que encontrarán una película con una ambientación europea, una banda sonora exquisita y en general un dominio en cualquier apartado artístico que da hasta miedo; el film tiene, en ese sentido, todos y cada uno de los elementos que han hecho famoso al estudio Ghibli, pero en su vertiente más moderna: no en vano estuvo nominada en su primer pase al León de Oro en Venecia.

Como casi todo Ghibli es un ejercicio de pura magia, casi de absoluto recreo para sus responsables: saben que lo hacen bien, que les gusta lo que hacen y que quieren, de algún modo, compartirlo: es entonces cuando comprendes que da igual si lo hacen por un evidente negocio o por algún tipo de compromiso con no-sabemos-bien-quién: es puro arte con una firma muy especial; toda la película es pura lírica hecha en Ghibli: es reconocible, es ciertamente didáctica y es en sí muy satisfactoria.