Está muy bien eso de tener una serie que marcara tu infancia. Un programa que emitieran en televisión justo en esa época en donde lo que más preocupa a uno es salir corriendo de clase y ponerse a ver la televisión. Cada uno, y dependiendo de a qué generación pertenezca, tiene una, pero sí que es cierto que para muchos esa serie de dibujos que los marcaría de por vida es Dragon Ball o, mejor dicho, Bola de Dragón.
No hace falta que me explaye tampoco mucho en el autentico boom que fue –entre otras cosas porque aunque ahora está más diluido también seguía siéndolo hasta hace tres o cuatro años– ya que en general ya lo sabemos todo acerca del fenómeno que supuso la dragonballmanía: toda una maquinaría de merchandising trabajando a contrarreloj para sacar la última chuminada con la cara de Goku que se les ocurriese, audiencias altísimas por los canales autonómicos que la pusieses (si es que queda alguno que no lo hiciese) y en general una legión de fans por todas partes. Y ya no sólo con el anime, sino también con el manga, que ha tenido una buena cantidad de ediciones en nuestro país. Y las que quedan.
El caso es que, al margen de que para muchos sea la obra que los inició en el mundillo y la tengan un muy especial y merecido afecto, Dragon Ball es una buena obra. No es sólo, como muchos se atreven a puntar, que llegara en el momento justo y supiera ganarse el corazón de unos chavales ávidos de alejarse de los insípidos dibujos de las factorías de Hanna-Barbera y compañía, sino que es que realmente es un manga muy bien planteado y realmente brillante con lo que se propone: hostias por todas partes con la excusa de ser cada vez más fuerte. Sin más. Y en eso, Akira Toriyama ha demostrado que es un autor que sabe hacer las cosas de manera brillante y efectiva cuando quiere.
Cuando quiere o le apetece, sí, porque desde entonces el maestro se ha dedicado a hacer trabajos muy esporádicos y de carácter circunstancial, como para quitarse esa espinilla de volver a ponerse con la plumilla manos a la obra en la creación de alguna nueva obra larga. Hemos visto muchos one-shots desde entonces: algunos mejores, otros peores, pero en general todos con quizás menos esencia toriyamesca de la que desearíamos, la cual se ha ido diluyendo a lo largo de los años. Las cosas, lógicamente, evolucionan, pero incluso así el hecho de que se pierda la magia, la esencia de algo que te gusta mucho, siempre es motivo para la melancolía.
Aquel desenfadado y genuino autor que provocaba carcajadas con sus irreverentes y obscenos chistes en Dr. Slump o al principio de la más mediática Dragon Ball no está tan en forma. Y tampoco se muestra demasiado de ese autor capaz de emocionar con unas batallas dibujadas como pocos saben.
Es por esto que , ante las constantes peticiones de una continuación del manga de Dragon Ball –junto al último one-shot de Tori ya hubo unos cuantas–, no creo que sea necesaria una nueva publicación en ningún caso para la historia. Es una obra muy redonda, un fantástico shonen, entretenido como pocos y una pieza clave en la historia del manga en nuestro país. No ha sido sólo una llave para abrir las puertas a Occidente del mundo del manga, sino que, ante todo, ha sido un buen entretenimiento. A día de hoy, de hecho, sigue siendo inmensamente superior a muchos shonen actuales.
Dragon Ball está bien como está. Será recordada durante muchos años, y ya forma una parte crucial del colectivo imaginario del manga. Eso ya nadie lo puede alterar, y una continuación de la obra lo único que haría sería ensuciar su expediente, tal y como pasara con la machacada Dragon Ball GT.
Dejemos descansar de una vez la serie.