Antes de empezar este breve comentario acerca de Laputa, el castillo en el cielo, quisiera guardar un minuto de silencio para que cada uno haga en su casa el chiste que más le guste con el título de la película. Los que como yo no quieran caer en el sótano del humor, pueden seguir.
A pesar de ser técnicamente la primera película de Studio Ghibli – si tenemos en cuenta que Nausicaä del Valle del Viento se estrenó un año antes de la fundación del mismo–, El castillo en el cielo es una película bastante discreta dentro del conjunto, pero no por ello es una película menor. De hecho, estamos ante una obra que ayuda a sentar las bases de lo que Hayao Miyazaki conseguiría años más tarde, petarlo a ultranza llevar su personal animación más allá de las fronteras.
El castillo en el cielo nos introduce en un tiempo indefinido que podríamos situar entre finales del siglo XIX y principios del XX, pero salpicado de cierta fantasía y futurismo en todo lo que rodea a Lapuntu – de ahora en adelante me van a permitir que llame así a la isla flotante de Laputa, siendo fiel al primer doblaje que se hizo en España. Personalmente no me gusta que antepongan la fidelidad al original por encima de la adaptación del lenguaje español, pero este debate se lo dejo a los traductores –.
¿Por dónde iba? Ah, sí. La película nos relata la pequeña Odisea que viven Pazu y Sheeta intentando huir de sus perseguidores, una banda de maleantes que al público se nos muestran con un aire más cómico que temible, y el propio ejército del país. Todos ellos andan en la búsqueda del colgante mágico de Sheeta, que es la clave para encontrar la legendaria fortaleza flotante de Lapuntu, presumiblemente repleta de tesoros. Cómo seguramente sabrán, y si no se lo digo yo, está fortaleza no es algo que nos introduzca propiamente el film sino que está sacada literalmente de Los Viajes de Gulliver, la históricamente aclamada novela de Jonathan Swift que data de 1726. La cinta es, de hecho, un homenaje moderno a la novela, que es mencionada por el propio Pazu cuando habla de Lapuntu por primera vez.
El argumento no es ciertamente la cumbre de la originalidad, quizás si lo fuera estaríamos ante una de las consideradas “obras maestras” de Ghibli, pero realmente no se podía entramar mucho más la historia, y no por ello se trata de una película excesivamente predecible. Es, eso sí, una película bastante simple, lo cual está bien. Es imprescindible que una película infantil sea entendible para los más jóvenes de la casa. La única pega es que, pese a que todo lo que ocurre se comprende perfectamente, los personajes insisten constantemente en repetirlo todo mil veces, dárnoslo picadito, masticado y casi con un embudo. Vamos, que el síndrome de Asperger no es excusa para dejar de verla.
En cualquier caso, si por algo destaca El castillo en el cielo es por el increíble mundo que despliega en nuestra pantalla, siendo el apartado escénico el punto fuerte de la película. Estamos ante un bombardeo constante de escenarios diseñados con maestría, que lejos de saturar, nos embelesan. No es sólo la propia isla flotante, la cual se hace esperar un largo tiempo en una cinta que dura aproximadamente dos horas, sino todos y cada uno de los parajes que Sheena y Pazu atraviesan en su intenso viaje. Aunque entran en doscientas mil cuevas, eso también es verdad.
La clave está en los detalles, creo que son estos los que marcan la diferencia entre las películas de animación, dónde no hay que filmar un lugar sino crearlo. En esto Ghibli es un referente.
Todo esto tiene una importancia capital a la hora de dinamizar la película, que no se nos hace larga en ningún momento, si bien es verdad que no distribuye del todo bien las pausas. Por ejemplo, durante la primera parte de la película aparecen seguidamente varios paisajes y lugares donde yo requeriría un poco de detenimiento, permanecer allí un poco más de tiempo. Por el contrario, al llegar a Lapuntu, en un instante más o menos “movidito” de la película, el tiempo parece pararse en seco y todo se centra en los personajes principales, cuando son los secundarios los que están en plena acción.
Y no quisiera acabar sin destacar una escena en la que se riza el rizo hasta límites insospechados, sí, estoy hablando de la ciudad sumergida en un estanque de la ciudad flotante de Lapuntu, ahí es nada.
En conclusión, es evidente que al tratarse de una película de 1986 nos encontramos con ciertas limitaciones técnicas y tecnológicas que son innegables, pero no por ello queda empobrecida la película. La falta de definición y ese “ruido” en la animación casan con el estilo de la cinta y en ningún momento se nos hace pesado. Yo al menos tengo esa textura interiorizada, y se me hace hasta agradable, me recuerda que estoy ante un clásico de la animación. Un clásico atemporal que poco tiene que envidiar a las cintas más modernas de Hayao Miyazaki, una película que compensa con creces sus escasos errores.