El cambio de Bakuman

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Hace unos días salió al mercado el tomo 16 de Bakuman, serie que edita en nuestro país Norma. Con ello me he parado a reflexionar un poco acerca de la serie y lo mucho que ha cambiado desde que la comenzara a leer. Muchas veces, sobretodo en otros medios como el cinematográfico, se nos plantean los productos con una visión alterada; los avispados tíos encargados de marketing distorsionan un poco la verdad para hacer más atractivo un producto hacía un público mucho más grande y con el cual es más sencillo abastecerse de ingentes cantidades de dinero. Con Bakuman ocurre algo similar, pero quizá no sea algo alterado por los oficinistas grimosos de detrás; quizá simplemente mantiene una propia evolución necesaria para ella misma y que es ejecutada de manera suave, sin que nos demos cuenta casi hasta el final.

Bakuman se nos presentó en sociedad (allá por 2008) como un manga de la Jump que retrataría, e incluso enseñaría, cómo es la industria del manga japonés por detrás. El planteamiento a simple vista era harto interesante y, de hecho, durante los primeros capítulos –quizá tomos– funciona todo de manera acorde a esa premisa. El dibujante (el equipo creativo lo conforman Takeshi Obata a los lápices y Tsugumi Ohba en los guiones) mostraba un estilo duro, con lineas firmes, angulosas, demostrando una maestría que ya había quedada clara en sus anteriores obras. Ohba, por su parte, nos plantea un par de tramas (el amor idílico entre Azuki y Mashiro y las aspiraciones a convertirse en mangaka de éste y Shujin) y desde ahí se dedica a ir enseñándonos lo prometido poco a poco: La creación de los story-boards, el uso de un estudio, la creación de escaletas, la presentación de la obra a un editor…

Pero llega un momento, no sabría discernir exactamente cuando, en el que te das cuenta de que no estás leyendo eso. Comenzaste a leer la obra por unos motivos que ya no son los que te impulsan a hacerlo a día de hoy. Te percatas de que ya no sigues la historia por si Takagi hace los guiones de cabeza, se los escriben a máquina o Mashiro los dibuja en un parque o en un estudio, eso a ti ya te da igual porque estás siguiendo a unos personajes que, ahora, ya no son meros esbozos de personalidades cuya única función es mostrarnos los entresijos de la industria, sino que ahora son ellos los que llevan totalmente las riendas de la serie y hacen que nos interesemos por ella. Y eso es algo que Ohba ha logrado muy bien, no solo incorporando una hilera de personajes definidos y distintos entre sí, sino dándole mucha importancia a sus relaciones, creando situaciones en las que la gracia es que podrían suceder en la realidad. Porque aunque algún personaje pueda resultar histriónico o un tanto sobreactuado, no es nada que no nos podamos encontrar por la calle. Ohba hace que nos enamoremos de ellos hasta las trancas, deseando que alcancen sus metas, sean cuales sean.

En el momento en el que te das cuenta de eso, Bakuman deja de ser ese ‘manual de mangaka’ que fue al principio para dar paso a una historia original e interesante con unos personajes en su general muy queribles (menos al gordo, que a ese no lo quiere nadie), que hacen que vayamos a comprar la obra.