Últimamente se ha puesto de moda realizar por los blogs un artículo denominado por la mayoría de blogueros que lo han hecho como «Reto manga». En él, se aúnan en unas categorías prefijadas distintos manga que el autor del texto va colocando según su opinión acerca de cada obra. Basta con hacer una búsqueda rápida para darse cuenta de la cantidad de blogs que han comenzando a albergar el artículo de marras. Pero el motivo que da origen a esta entrada es el hecho de que, entre los más que discutibles puestos que se han visto por distintas bitácoras, hay una categoría en la que he notado que una obra se repite una y otra vez. Y es que en categorías como «un manga que te encantó, y ahora no te gusta nada» es bastante frecuente ver Naruto.
Y yo, cuando lo veo ahí, despreciado por la gente, me entra un nosequé que me deja mal cuerpo. No me malinterpretéis, no les quito razón, Naruto se ha convertido en esa mierda que ya todo el mundo sabe que es tan mala que ni te la ofrecen a la salida de clase. Ya ni tu madre te advierte de que digas que no si te ofrecen probar un poco. Sabe que no la vas a coger por puro asco. De hecho, para mí, el manga se ha convertido en algo a lo que intento engancharme por propia voluntad semana a semana y que hace que acabe hastiado una y otra vez. El actual Naruto consigue que se me olvide pese a mis intentos de seguir ahí, aferrándome a lo que fue una historia que me gustaba y que ahora se ha convertido en algo que no sé ni lo que es.
De hecho, recuerdo perfectamente cuando la serie me gustaba. Ya no es solo que me gustase, es que la disfrutaba en aquellos primeros –y no tan primeros– tomos. Al comienzo sucedió la presentación de Naruto, Sasuke y Sakura, con el combate contra Zabuza y el inmeditamente posterior examen, con un entrenamiento de por medio. Sí, lo sé, la serie no era el colmo de la originalidad. De hecho, no destacaba especialmente en nada, pero capítulo a capítulo se granjeaba el mérito de ser al menos un entretenedísimo shonen. Además, saga tras saga el dibujo iba mejorando hasta alcanzar un punto –sobre el tomo 12– en el que resultaba muy resultón. Todo parecía ir bien…
…Pero la cosa cambió. En el tomo 28 los personajes pegaban el estirón. La historia comenzaba a ir –sin frenos– hacía un giro de acontecimientos que iba a hacer que la serie pasase de un sano entretenimiento a una cosa sin pies ni cabeza, llena de memeces y con un intento de profundidad que hace reír hasta los más pequeños, con un trote hacía los Uchiha abusivamente ridículo. Que sí, desde el principio de la serie se nos planteaba el argumento (por aquel momento secundario) de la venganza de Sasuke. No era un mal plan, y hasta cierto punto Kishimoto supo llevarlo: estaba ahí, y no molestaba al lado de otros temas con los que encajaba de forma eficiente. Pero claro, la cosa no marcha tan bien cuando ya no se nos presentan otras historias, sino que el eje central del manga pasa a ser la relación de Naruto y Sasuke, con las movidas familiares del segundo cada vez más culebronescas. Y es que ese tema se podría haber zanjado unos tomos más allá de la pelea en el valle aquel del tomo 26, pero la cosa siguió y siguió hasta hacerse una bola que ya nadie quería tener entre manos. Y cuando parece que la cosa va a terminar Kishimoto sigue erre que erre volviendo al meollo, un meollo que cada vez apesta más.
¿Pero y si en vez de eso Naruto hubiera tomado otro rumbo? En vez de seguir un intento de linealidad muy mal llevada, Kishimoto podría haberse limitado a contarnos las distintas misiones de Shikamaru, Neji y compañía, conformándose con meter cuidadosamente, y sin hacer excesivo ruido, las tramas secundarias de los Uchiha (dándole un final apropiado llegado el momento y dejando paso a otras historias, claro). Porque amigos, si en el tomo 28 no hubieran pegado ese pequeño salto temporal, todo podría haber sido distinto. Y mejor.
Ahora, 63 tomos después, solo nos queda esperar que Naruto intente dar unos últimos coletazos para hacer algo parecido a demostrar lo que fue durante un tiempo y lo que hubiera podido ser; un conjunto de aventuras divertidas, repletas de acción y con unos personajes muy queribles en su mayoría. Un shonen con la profundidad justa, con la emotividad perfecta sin caer en lo aberrante y repleto de todo eso que deben tener este tipo de obras y a las que tampoco les debemos pedir más. Porque no, lo siento mucho, Naruto no es una obra a la que debamos admirar por su elocuente forma de mostrar el valor de la amistad u otros sentimentalismos vacíos provenientes de la Jump.
Naruto es un producto al que deberíamos valorar de otra forma en la que parece que su autor, un autor con cada vez menos rumbo, no parece querer aceptar.