Cuando uno se para a observar la trayectoria del prolífico género de las magical girls o shoujo, rápidamente se ve cómo no solo se trata de uno de los géneros más descaradamente tipificados del manga y el anime, sino también del panorama fandom y seriéfilo en general. Sin embargo, para bien o para mal, también se puede contemplar muy claramente cómo este mismo género ha ido siendo, en lo que a la producción de animación japonesa se refiere, de lo que más éxito a nivel comercial ha cosechado y, todo sea dicho, de los que mejor han llegado a arraigar allí por donde han pasado a raíz de la extrapolada a la par que agradable simpleza que ha imperado siempre en su temática, la cual ha convertido al género en una pura remesa de productos fan-service a veces sin contemplación alguna.
Todos, y digo todos, hemos llegado a experimentar de un modo u otro con este tipo de series, debido en su mayor parte a que, más que por gusto, ha sido uno de los recursos más habituales y efectivos a la hora de rellenar las parrillas televisivas de la programación infantil. Clásicos como Sailor Moon o Cardcaptor Sakura, cursiladas como Do-Re-Mi o Corrector Yui o aberraciones como Pichi Pichi Pitch son algunos ejemplos que han portado el estandarte de los cabellos de colores y trajes mágicos ceñidos de falda muy corta por nuestro país, todos ellos con más o menos éxito y con un enfoque ligeramente diferenciado al de los demás, pero que, al fin y al cabo, siempre teniendo muy claro a qué público dirigirse.
Desconozco completamente si a alguien mínimamente ligado con el mundo del manganime en general, público potencial del género o no, le llegó a importar siquiera que todo ese conformismo de ambas partes, consumidores y creadores, acabara por convertirse para el género en ese hueso de pollo que durante unos tortuosos instantes te hace agonizar mientras lo sientes atravesado en la garganta, del mismo modo que desconozco si los creadores de la serie que nos ocupa sabían lo que iban a conseguir con ésta misma. Tratándose del estudio SHAFT, tan habituado últimamente a ofrecer productos que marcan la diferencia como la reciente y fabulosa Bakemonogatari, es bastante posible que tuvieran bastante claro con que propósito querían que Puella Magi Madoka Magica saliera a la palestra, un propósito que finalmente ha acabado perfilándose como precisamente eso, como el de obtener un producto con el que marcar la diferencia.
Puede que lo más curioso de Madoka Magica, más allá de las virtudes que le enaltecen y que después aclararemos, sea cómo utiliza el envoltorio en el que se nos presenta por primera vez para jugar un poco al despiste con el fin de hacer más impactante su embestida. De hecho, si uno se pasa por sitios del tipo FilmAffinity o MyAnimeList, lo que se encontrará al leer su sinopsis o ver su cartel será algo que vuelve a reiterar la tónica de los pelos multicolor, chicas en plena adolescencia o a las puertas de ésta y los mundos de felicidad y de color de rosa dónde se pone especial énfasis en valores como la amistad o la tolerancia. Y aunque Madoka Magica tampoco es que se desmarque totalmente de algunos de estos estereotipos, sí que de algún modo se retroalimenta de ellos para hacer más efectivo el contraste entre una estética de lo que despectivamente llamaríamos una serie “para niñas” y el shônen con sombríos toques de seinen en el que se acaba convirtiendo finalmente a nivel narrativo.
Porque en esencia, Madoka Magica es eso, una mezcla entre shônen y seinen cuyo objetivo es un público adulto y preferiblemente masculino, pero que en sus dos primeros capítulos se tapa tanto y de tal manera que parece que lo que te vayas a tragar sea la misma cantinela de siempre interpretada por otra voz: Kaname Madoka es una joven estudiante de primer grado de secundaria sin ninguna habilidad o talento destacables, la cual, junto a su gran amiga Sayaka Miki, ve como le cambia irremediablemente la vida al conocer a Kyubey, un extraño ser que se dedica a ofrecer contratos de lo que se conoce como chica mágica a cambio de la concesión de un deseo, y a Tomoe Mami, una chica mágica experimentada. Sobra decir que una vez que conocen el secreto, tanto Madoka como Sayaka se sienten atraídas por ser una chica mágica, de tal modo que, antes de que se decidan a cerrar el trato con Kyubey, Mami accede a ejercer como su mentora a base de llevarlas con ella a luchar contra lo que ellas llaman brujas, entidades malignas cuya necesidad de exterminio es la razón de ser de las chicas mágicas, mientras que Homura, una nueva y huraña estudiante llegada a la ciudad que también es chica mágica, hace inexplicablemente lo posible para evitar que ambas se metan en ese mundo y no escuchen a Kyubey.
Todo, absolutamente todo, se desarrolla de una forma simple y anodina en estos primeros compases de la serie. Todo se ajusta a los estándares que rigen el shoujo, desde el carácter inofensivo que convierte a la protagonista en adalid de la bondad, pasando el dúo de amigas de personalidades opuestas, hasta llegar al típico bichejo mágico con aspecto de peluche (Kyubey) que acompaña al elenco protagonista en calidad de amigo y consejero. A eso súmale un estilo visual basado en la nitidez, la luminosidad y el más alto colorido (una de las grandes señas de identidad de SHAFT), y ya tienes una rápida y llana receta casera sobre la que sustentar tu shoujo, un pastel que tarda muy poco en llenar demasiado y que no te incita a querer otro pedazo.
Así es todo durante estos primeros y poco atractivos compases, un espeso y concurrido mar de clichés que tira para atrás, hasta que hace acto de presencia ese preciso y casi catártico momento que acojona de lo inesperado que es y que incluso te fuerza a tragar saliva para asimilarlo. En ese momento de bien logradas traumáticas intenciones, es cuando todo cambia. Cambia el chip, cambia el tono y cambia la visión que tenemos nosotros de lo que va a venir de ahora en adelante, de tal modo que todo lo que en un principio se veía como una amalgama de tópicos con los que infravalorar el visionado de la serie, pasa convertirse en parte del circo de fuertes contrastes y choques frontales a tres bandas que hay entre lo que Madoka Magica parece, lo que verdaderamente es y lo que uno espera. En apenas un instante, Madoka Magica estrella contra el suelo y hunde a pisotones en el fango las relaciones entre tener poderes mágicos y la propagación de felicidad o ayudar a las personas, porque tanto espectadores como personajes se dan cuenta de que no hay nada más lejos de la realidad. Ser chica mágica no tiene nada que ver con la justicia, el honor o la moral, sino con tener el suficiente potencial para serlo y combatir a las brujas en épicas batallas en las que un paso en falso o un despiste puede ser la diferencia entre la vida, la muerte o algo muchísimo peor que podría pasarle a una chica mágica.
Por eso lo mejor de Madoka Magica, una vez asimilado este hecho, es ver como es la serie va marcándose tan firmemente sus devenires hasta proliferar en eso que la convierte en algo diferente y que raramente suele verse, donde todo acaba por ser una mera cortina de humo y nada es lo que parece. Lo que debía aportar felicidad a los personajes y mejorar esas situaciones que ya de por sí eran desesperadas no hace sino otra cosa que ejercer de catalizador de algo mucho mayor y de tal envergadura que la desesperación, el miedo y la crudeza de la mentira no tardan en brotar de forma espontáneamente tóxica, mientras esa vieja fea y decrépita llamada realidad las riega con saña y con una horrenda sonrisa en la cara. Dentro de este contexto, es especialmente elogiable el intento por darle más peso a los personajes y más aun al desarrollo de las relaciones entre éstos, tan ideales y cohesionadas durante la primera parte del anime y tan sórdidas y viscerales en la segunda como si pendieran un fino y delicado hilo, mientras que en el transcurso de los episodios se observa cómo cada uno intenta enfrentarse a su particular descenso psicológico a los infiernos, algo que refuerza y además especialmente la adquisición de un tono más oscuro y sobrio de una portentosa animación que progresivamente va abandonando ese colorido y nitidez antes mencionados para así hacer más palpable el cambio de tónica.
El “problema” (por llamarlo de algún modo) aquí llega cuando la serie se basa más en lo efectista que en lo profundo, o lo que es lo mismo, se fija más en los hechos que en el verdadero trasfondo que cubre estas relaciones, de manera que ciertos momentos trascendentales para la trama y que deberían dejarte el corazón en un puño pierden muchísimo impacto narrativo a pesar de contar con una brillante realización del acompañamiento visual, pero que al fin y al cabo, resulta insuficiente para el significado de lo que se muestra en ese momento y le hace perder algo de fuelle a la serie. Sin embargo, esto no deja de ser algo más achacable a lo difícil que resulta crear toda una relación a tantas bandas en sentido completo en el escaso tiempo de 12 episodios que a la propia habilidad de los creadores para establecerla, la cual, sea todo dicho, iba por un camino interesante.
Al rescate de este pequeño contratiempo fundamentado en la falta de algo más de profundidad vienen las siempre grandilocuentes batallas contra las brujas, las cuales además de llevarse de forma realmente emocionante, vienen imponentemente presentadas en mundos paralelos que se desmarcan de la animación imperante para abandonarse al más absoluto y despreocupado surrealismo visual, a veces prescindiendo enteramente del trazo japonés, pero siempre ofreciendo una imagen de cierto sinsentido en unos escenarios que bien podrían haber sido concebidos en la cabeza de artistas como Salvador Dalí o Joan Miró.
Lo destacable del asunto es que una vez que se ha podido comprobar el resultado del a unión entre ambas partes, narrativa y animación, el veredicto es claro: es en las batallas contra las brujas cuando verdaderamente Madoka Magica llega a rozar la auténtica genialidad, mayormente propiciado el transcurso de dichas peleas que siempre tienen algo que aportar y porque son los instantes en los que la soberbia animación y el portentoso apartado musical sacan pecho de una forma que erige a la serie dentro del género al que pertenecen, cosa que ya ocurría en anteriores producciones de SHAFT como, de nuevo, Bakemonogatari, donde la narrativa se veía significativamente potenciada cuando la animación era la que buscaba (y encontraba) el protagonismo.
En el contexto de un periodo en el que el universo fandom ha adquirido la tendencia a hacer pasar con mucha facilidad por la picota, Puella Magi Madoka Magica es esa mano que le coge el hacha al verdugo cuando está apunto de dejarla caer sobre el cuello del género de las magical girls, y que, por si fuera poco, le concede un indulto importante de cara al futuro y a la visión que el público pueda tener de él. Sin embargo, y aunque su simple intento no es menos que loable, la huella que deja nunca llega a ser la de un anime transgresor o revolucionario -quizá lo más correcto sea decir transitorio-, de tal modo que parece que, aun habiendo irrumpido abriendo la puerta de una estruendosa patada, la sensación final que otorga es la de haberse quedado un poco en el umbral sin saber qué hacer, como si se hubiese dejado tragar por el monstruo con la intención de apuñalarlo desde dentro, sólo que en lugar de matarlo, y conformándose con una recta final llevada más dignamente que otra cosa, lo deja moribundo con opciones a reponerse de las heridas. Sin embargo, la intervención de Madoka Magica en el mundo del anime ya ha servido para algo que ya es tremendamente significativo de por sí: deja la puerta abierta a los que sí se atrevan a pasar.