Billy Bat #13 La de Gilligan

sobrecubierta_BILLY BAT_num13.inddNo quiero que llegue el día en que tenga que dejar de bailarle el agua a Urasawa. Porque no me da la gana, sencillamente, y por otras tantas cosas que así lo justifican: porque es un narrador feroz y a la vez meticuloso, porque no da puntada sin hilo y porque, en lo personal, no ha habido nadie que me haya espoleado con tanto ahínco para hacerme mover el culo a la tienda de cómics más cercana.

No me da miedo reconocerlo a estas alturas: desde que me dio por abrir su primer volumen, Billy Bat me convirtió en un fiel  acólito de Naoki Urasawa a mí a otros tantos de mi entorno personal a los que, de vez en cuando, les da por preguntarme que para cuándo el próximo tomo.

Creedme que sé de lo que hablo: el último que consiguió hacerme maldecir un periodo (varios, de hecho) de espera fue un señor llamado Vince Gilligan, creador de cierta serie legendaria que hizo que el mundo se parase durante su último estertor.

En su momento, me aventuré a decir que jamás volvería a sentir nada semejante con otra historia, que aquello había sido demasiado para lo poco que quedaba de mi pobre masa encefálica y que ay de aquellos que no le dieran siquiera una oportunidad a lo que, a todas luces, se había convertido en un hito generacional.

Miles de matices y de análisis subjetivos son los que entran aquí en juego, pero es que la brillantez de Billy Bat es tal, que cualquier cosa que pueda decir se reiría mil veces del mito de la objetividad y mal que me pese en un análisis más contenido de la obra: porque sí, aquí todo se resume en que Billy Bat me tiene enganchado sin remedio, y esto, no sin razón, se parece efectivamente más a una carta de amor abierta que a unas impresiones sobre un tomo que, al fin y al cabo, solo es eso, un tomo (y qué tomo). Es lo que tiene que una serie consiga que te reencuentres con ese gusanillo en el estómago después de mucho, muchísimo tiempo.

Supongo que la grandeza de Billy Bat empieza y acaba en el hecho de que, como hemos dicho antes, no da puntada sin hilo, y porque se propone algo que no consiguen muchas historias: Urasawa quiere que nos importe todo y, lo que resulta más meritorio, que nos importen todos; no quiere nada al azar; no quiere meros trámites, ni medias tintas, ni elementos que solo estén de paso o se dediquen a cumplir esos roles predefinidos por la narrativa moderna; por decirlo de un modo grandilocuente, no quiere una historia unida por el pegamento; quiere una historia unida por engranajes que no puedan funcionar el uno sin el otro y movidos por una única y estimulante constante que convierta cada capítulo en una cita ineludible. En este decimotercer volumen, por supuesto, sigue habiendo de los que nos gusta y de lo que nos pone a tono de una forma casi infalible, pero hasta el más pintado sabe que con Urasawa la buena mandanga está siempre por llegar. Porque autores con la idea de sentar en un mismo banco al mejor físico y al mayor tirano de la historia seguro que hay muchos, pero que sean capaces de hacer que le tiemblen a uno hasta las pestañas con ello, se me ocurren pocos.