Con Naruto he pasado por varías fases: desde el fanatismo más absoluto hasta el odio casi caprichoso. Ahora, con algo más de tiempo, cabeza y tras haber recordado otras épocas banda sonora mediante he llegado a la que creo es mi conclusión final sobre la obra. Y es que al final me da un poco igual lo que cuatro tipos tengan que decir en algún foro sobre Naruto: tengo tan claro lo que me gustó en su momento esta serie, lo que la disfruté y lo tremendamente ilusionado que compraba sus primeros tomos que, ahora, diez años después y viéndolo todo en perspectiva, sólo puedo agradecer a Masashi Kishimoto lo que consiguió con su primera serie larga. Naruto supuso algo en mí: un comienzo, un punto sobre el que agarrarse y comenzar a forjar cierto gusto por el cómic en general y nipón en particular. Uno fácil, agradable y realmente atractivo para mi yo de hace unos cuantos años, cuando con unos once o doce años iba asiduamente a la tienda a ver si había salido algún tomo más que resolviera lo emocionante del anterior. Una época en lo que yo, como tantos otros de finales de los noventa, apenas teníamos uso de internet. La obra que ahora termina fue, vaya, el Dragon Ball de unas cuantas generaciones posteriores a las que disfrutaron de la serie de Toriyama en Tv3: ni el Hunter x Hunter de Togashi o el One Piece de Eiichiro Oda consiguieron igualar un fenómeno que realmente enganchó, vendió y atrajo a miles y miles de lectores gracias a aquellos tomos que Glénat España comenzó a editar poco después del año 2000. Y eso tiene un valor inmenso.
Lo recuerdo bien: la saga de Yabuza, el posterior examen en el bosque; más tarde un par de rondas de combates. Y luego el tinglado de Sasuke. Confieso no haber releído aquello nunca: el recuerdo es tan agradable, con ese aroma a infancia (mi infancia, al fin y al cabo), que no quiero caer en un posible torbellino de realidades. Me confieso fan de todo aquello que al principio Kishimoto contaba sobre su vida entre los capítulos; no tenía ni idea de nada, yo (y sigo sin tenerla), pero aquello me parecía tremendamente entrañable: un tío a mil millones de kilómetros de mi casa contándome de una manera casi íntima sobre sus sueños y aspiraciones, sobre el por qué de ciertas cosas. Argumentando, añadiendo y confesando: sobre las simbologías über-japonesas que hay presentes a lo largo de su serie, sobre lo que le motivó a intentar luchar por tener un merecidísimo puesto entre los autores clave de la historia del manga. Luego eso desapareció, la serie, sus personajes y hasta yo nos hicimos algo más mayores: lo afable se convirtió en lo monótono, las cosas se tornaron algo más oscuras y los combates entre chavales que sólo querían amistad dieron paso a los que sólo querían muertes y venganzas. Bueno: pocas obras hay que tras cuarenta tomos sigan siendo como al principio. Aquí paso: el humor se fue totalmente, el dibujo se refinó, y con ello se perdió parte de la magia; aquella pasión que se percibía en las primeras historias dio paso quizás a una situación de demasiado confort.
Pero seguía habiendo cosas interesantes: menos, pero buenas, al fin y al cabo. Seguía habiendo gente haciendo teorías por internet, subiendo cutrísimos montajes a youtube y poniendo música de Linkin Park a los últimos combates del anime. Naruto significó mucho para muchos, por encima de series como Fullmetal Alchemist o Bleach, que también han tenido sus seguidores, sus buenos capítulos y sus arcos maravillosos, pero el fenómeno juvenil que supuso Naruto no lo he vuelto a ver en nada posterior, al menos en España. Las bandanas, las chapas, los disfraces, el más de un millón de tomos vendidos en nuestro país. Todo eso y más sea algo por lo que deberíamos estar agradecidos.
Porque nos puede haber gustado más este final, tan pensado para cerrar un círculo y a la vez abrir otro que continúe hablando de esa voluntad de fuego que Kishimoto se ha empeñado en gritar como valor generacional a recordar. Y podemos seguir creyendo en eso o pasar a otras cosas, pero nunca deberíamos olvidar que, una vez, esto nos gustó. Mucho. Que disfrutamos leyendo el combate entre Rock Lee y Gaara. Que Kakashi era bastante lo mejor. Que Shikamaru también. Que todo molaba. Y que de ahí pasamos a otras cosas, sí, pero que esto siempre estuvo aquí. Que a la gente que esto pilló más mayor no le hacía tanta gracia porque quizás no tenía en realidad tan de nada ni antes ni después, pero eso hay una generación, la que crecimos con esto, que nunca sabremos por culpa de la nostalgia. Naruto ahora ha terminado de la manera que empezó: hablando de amistad, de careras juveniles contra lo imposible y de unos chicos que reniegan contra lo establecido.
Siempre tendré a buen recaudo los setenta y dos tomos con los que esta pieza de la historia del manga contemporáneo termina. Han sido muchos años juntos, al fin y al cabo, y he crecido leyendo esto. Habrá otras obras, otros Narutos; nunca habrá, eso sí, otro como mi Naruto.