Me gusta el shonen de aventuras y combates con sangre quinceañera: One Piece, Dragon Ball, Fullmetal Alchemist… y ahora The Seven Deadly Sins (Nanatsu no Taizai en Japón). De hecho, esta nueva serie que aquí se ha asegurado de publicar con una calidad tan buena como ya establecida Norma Editorial bien rápido (el anime ya se ha estrenado) tiene unos conceptos y aspiraciones tan claros y relacionados con lo exitosamente comercial de las otras que es imposible no sentirse atraído y a la vez poco sorprendido: porque están los Bulma y Goku de otra dimensión, sí, con su encuentro casual y aparentemente fortuito en medio de la nada, y porque también se muestra un poco de fanservice (aunque en esta ocasión bastante triste y hasta vergonzoso) acompañado de escenas de acción, con incluso un capítulo dedicado al típico niño huérfano con problemas sociales pero que ay qué valores tiene y blaoblao.
Hay de todo lo que ya hemos visto en otras obras, y que mola, pero que ya hemos leído.
Ésa es la virtud y a la vez defecto que Nakaba Suzuki nos presenta aquí con su dibujo escandalosamente interesante (el escaso uso de tramas me parece algo maravilloso, y aunque parezca en ocasiones que tiene un dibujo repleto de líneas y trazos todo se ve espectacularmente claro). ¿Estamos dispuestos a comprar durante años otro shonen que ya veremos cuándo acaba, con todo lo bueno y malo de estos? Entonces esta obra está ahí, preparada para gustar y apuntar maneras (en Japón lleva pocos tomos). ¿Se puede hacer shonen comercial de otra manera? No lo sé: The Seven Deadly Sins tampoco parece, francamente, querer planteárselo. No mientras siga habiendo pre-adolescentes que, al contrario que nosotros, sí puedan disfrutar en su plenitud de sus shonen generacionales sin hacerse tantas preguntas. Bien por ellos.