Reseña de Miyuki

Reseña Miyuki

Entre los muchos elementos que definen la obra, como conjunto, de Mitsuru Adachi, elementos que cualquier fan suyo que haya leído dos o tres de sus obras puede identificar con facilidad, hay uno que le gusta especialmente y en el que se recrea, y es el de las familias de composición poco habitual. Dentro de estas encontramos el subtema de las relaciones pseudoincestuosas, ríase usted de Marmalade Boy.

Miyuki es un claro exponente de ambos recursos, un ejemplo temprano, de hecho (la obra se publicó de 1980 a 1984), pero es también el más osado de todos, puesto que describe un triángulo amoroso dos de cuyos lados son hermanos. Repetimos: pseudoincesto, es decir que no hay un incesto real.

Es cierto que Masato y Miyuki Wakamatsu no son hermanos de sangre (tras el fallecimiento de la madre de él su padre se casó con otra mujer, que ya tenía una hija de su también fallecido esposo, y al cabo de un tiempo murió también esta mujer, todo un dramón), y es cierto que al principio de la obra se reencuentran tras 6 años separados, contando él 15 años y ella 14. También lo es que estos años en los que no han llevado una vida de hermanos propiamente dicha son unos años muy importantes para el desarrollo de la personalidad, pero siguen siendo hermanos. Convivieron como tales durante los primeros años y en este manga volverán a hacerlo, solos y en pleno fervor adolescente, dado que por conveniencias del guión el padre trabaja en el extranjero y los deja a sus anchas, ahora que la chica es ya suficientemente mayorcita como para convertirse en una pequeña ama de casa y cuidar de Masato.

Sí, aparte de lo poco verosímil que resulta que alguien pueda tener dudas sobre sus sentimientos hacia su hermano o hermana, independientemente de los lazos sanguíneos que haya o deje de haber (en realidad lo importante es que la familia es la familia), que un hombre deje a su hijo a cargo de una señora y se lleve a su hija a otro país y años después la mande de vuelta tampoco tiene demasiado sentido.

El machismo que desprende la historia también tiene delito: las chicas están al servicio de los chicos, por supuesto, ya que Masato es incapaz de prepararse una simple comida y por si no fuera ya de por sí extraño que dos hermanos adolescentes vivan solos, encima llevan una vida prácticamente de matrimonio chapado a la antigua: cada día, al llegar del instituto, él se tumba en el sofá a leer o ver la televisión y ella —que también estudia y lleva a cabo las tareas del hogar— le prepara el té, el baño y la cena, y le zurce la ropa cuando es necesario. Encima, como se ha educado en el extranjero y es lo más opuesto a la imagen que tenemos de la típica japonesa recatada, se prodiga en abrazos y besos y se pasea por casa en ropa interior para deleite del salido de Masato. Que, por cierto, en principio está enamorado de otra Miyuki, de apellido Kashima, que va con él a clase y es de las chicas más populares debido a su atractivo físico y a su simpatía y dulzura, y que siente lo mismo que él, por lo que no tardan en empezar a salir. Al estilo japonés, claro, que solo se diferencia de una simple amistad porque quedan para hacer cosas los dos solos. Besos y demás, ni soñarlo. Aun así surgen los celos por parte de la hermana, y Masato tampoco se queda corto, porque sabotea cualquier intento de acercamiento por parte de cualquier pretendiente.

Estaréis pensando: ¿pero a ti te ha gustado este manga? ¿Pero tú no decías que Adachi era tu autor favorito? ¿Pero cómo te atreves a criticar Miyuki, que en 1982 se llevó el Premio Shôgakukan al mejor manga de categoría shônen o shôjo (por aquel entonces era una para ambos demográficos) y encima ex aequo (empatando) con la mismísima Touch?

miyuki reseña 2

Bueno, he querido empezar con los puntos negativos de este cómic, y como podéis ver, teniendo en cuenta muchos otros mangas, podrían haber sido mucho peores. Lo importante es que Miyuki, dejando todas estas cosas a un lado, es una obra sobresaliente, una de las primeras que dibujó Mitsuru Adachi (lo hizo quincenalmente en la revista Shônen Big Comic y se recopiló en 12 tomos), en la que podemos ver una evolución estilística que va del Adachi de finales de los 70 al de Touch, totalmente ochentero. Cosa lógica, por otro lado, puesto que empezó solapándose con Hiatari Ryôkô! y coincidió también algunos años con su obra maestra de béisbol, que permanece en mi número uno personal aunque me consta que más de uno la considera inferior a Miyuki. Que haya gente que lo crea así es prueba suficiente de la calidad de Miyuki, así que no me malinterpretéis.

En fin, por encima de todo es una bella historia de amor, algo inverosímil pero bella de todas formas, porque el tema es polémico y aun así el autor lo trata con suma delicadeza y sutileza y lo mezcla con un sinfín de escenas y situaciones que retratan la vida estudiantil de la época, no sé si con fidelidad porque lógicamente me faltan referentes, pero sí con el estilo al que nos tiene acostumbrados. Al fin y al cabo la bibliografía de Adachi es un canto a la juventud japonesa, haya o no deportes de por medio (y en este caso, ¡oh, sorpresa!, no los hay), y en Miyuki encontraremos las típicas (y tan trilladas por parte del propio Adachi y de tantísimos otros autores) escenas de este subgénero. Estamos hablando de cosas como los almuerzos deliciosos preparados por las chicas, las vacaciones en la playa, los exámenes, las salidas en grupo, el típico catarro, los malentendidos de tipo erótico, los intentos infructuosos de los pretendientes, etc.

Pero claro, el maestro tiene un toque especial, nunca aburre, ni siquiera por el hecho de que los capítulos de esta historia de entrada en la edad adulta son casi siempre autoconclusivos. Los años van pasando para los personajes, sus vidas evolucionan y sufren giros (nada trágico esta vez, no os preocupéis, aunque el pasado de ambos protagonistas es durillo) y los secundarios, como siempre entrañables y divertidos, están ahí para amenizar el conjunto y permiten a la obra sumar enteros.

Si os gustan los triángulos amorosos, los buenos, los bien hechos (no como el previsible de Kimagure Orange Road, para que nos entendamos); aquellos en los que, metiéndoos en la piel del protagonista, no podéis decantaros por ninguna de las dos chicas (o chicos, según el caso) porque ambas tienen algo a lo que no podríais renunciar, disfrutaréis de esta comedia romántica con toques dramáticos que se encuentra en la frontera entre el shônen —por el estilo, entre otras cosas el fan service moderado y típico del autor— y el shôjo —por el tema—. Eso sí, por desgracia deberéis hacerlo en francés, italiano o japonés.