El síndrome del aficionado jubilado

abuelo leyendo

«Cabeza de viejo, cuerpo de joven, y sus aventuras de…». Así decía uno de los sketches más famosos de Muchachada Nui, el mejor peor programa de humor de España. Vengo a rescatar este verso para ilustrar una enfermedad terrible que viene acechando a mi generación desde hace varios años (aclaro, mi generación es la que se sitúa entre la moda de los tatuajes tribales y los móviles con tarifa de datos).

El aficionado jubilado es aquél que, en parte gracias al mercado y en parte gracias a ser más vago que la chaqueta de un guardia, se limita año tras año a revisionar aquellas series que le dieron los mejores años de su vida (o los que él cree que lo fueron, porque del acné y las pajas con la mano dormida luego no se quiere acordar nadie, pero ahí estaban).

Yo confieso que estoy cerca de ser uno de ellos, el anime de hoy en día me resulta repetitivo y anodino, y prefiero mil veces volver a ver Shakugan no Shana, una serie que ya era objetivamente mala antes, y que, ¡oh, sorpresa!, lo sigue siendo, antes que darle una oportunidad a una serie de la que todo el mundo habla maravillas.

En fin, yo me he propuesto cambiar esto, pero en mi favor debo decir que la industria tampoco ayuda demasiado. Las mismas premisas, los mismos clichés, y muy pocas alternativas frescas y diferentes. El boom del anime en la primera década de este siglo hace mucho más difícil presentar propuestas nuevas. Muchos grandes mangas han sido ya adaptados al anime pobremente antes de que finalizasen y ahora quedaría muy rancio retomarlos para hacerlos más fieles al original. Así mismo, cada año que pasa, hay un mayor bagaje audiovisual entre los creadores, y estos están más influidos por sus predecesores. Salvo contadas excepciones, es fácil encontrar comparaciones odiosas entre dos obras que sobre el papel no compartían a priori demasiado.

El otro día me decía un amigo que «Estoy viendo ahora Evangelion y es una rayada», donde yo interpreté que «es una rayada» significaba «es diferente a prácticamente todo lo que he visto». Esta sensación es muy difícil de revivir con las nuevas hornadas de mechas. Todas beben de la propia Evangelion, o de Escaflowne o de Gurren-Lagann, o de la que sea (y por ejemplo, las dos primeras son bastante anteriores a mi generación). Luego, aunque es su trabajo, creo que para los creadores debe ser misión imposible no parecerse a sus predecesores.

Quizás la cura a esta enfermedad pase por reducir nuestras expectativas en temas de frescura del anime. Está claro que no es lo mismo crear una serie rompedora ahora que hace diez años. Aunque por otro lado, ¿no es cierto que hay un montón de mangas buenísimos y originales sin adaptar? ¿Y no es también cierto que cada temporada se adaptan 15 basuras absolutas que repiten las mismas estructuras y los mismos temas una y otra vez? Parece que ninguna productora quiere correr riesgos mientras cualquier chorrada siga pagando las facturas.

Quizás si profundizásemos, podríamos relacionar esta crisis del anime con una crisis del manga. Varias revistas han cerrado en el último mes (entre ellas la revista Ikki de Shogakukan), y por todos es sabido que la Shonen Jump pierde fuelle entre los lectores japoneses de un tiempo a esta parte. Definitivamente el manga tampoco pasa por una época de bonanza, aunque no podemos hablar de que exista un catálogo restringido de obras, sino más bien una diversificación cada vez mayor del contenido y del propio público.

A muchos nos falta motivación para seguir ilusionándonos con las últimas temporadas de anime. Ya no escudriñamos los carteles marcando todas aquellas series que pretendemos ver si nuestra agenda lo permite, cosa que un servidor sí hacía no hace tanto tiempo. Por mi parte ya no quiero más animes «en la línea de», quiero volver a estar expectante de ver series completamente nuevas y que se me haga la boca agua esperando los estrenos. Ojalá no tuviese tiempo para revisionar mis series favoritas.