Los que hemos llegado hasta este punto con Ataque a los Titanes –tanto en su publicación en España como en su espléndido anime– sabemos que son dos sus grandes virtudes: la primera, una falta de complejos e inusitada crueldad para conseguir el impacto a toda costa; la segunda, y la que más ha hecho por el éxito de la obra, el talento de su autor para escenificar unos fastuosos momentos de clímax que compensan la mayoría de sus baches a la hora de desarrollar la historia. Y es que, como bien dijo Sergi en sus líneas acerca del octavo volumen, no es que Isayama sea un dibujante o un guionista especialmente notable, pero desde luego sí que sabe cómo tirarnos el anzuelo con un sentido del espectáculo que se sirve de una potencia visual y narrativa bien dramática. Otro gallo canta, y eso lo sabemos muy bien, cuando le toca relajar la faceta más despiadada de la historia y ha de proceder a hacerla evolucionar, algo que hemos ido viendo con relativa evidencia en el transcurso de la obra siempre con honrosas excepciones de por medio.
La llegada del noveno tomo, así pues, tampoco se libra completamente de esta sensación de bajona tras la intensísima resolución del conflicto del Titán Hembra, pero sí que hay una mejora sustancial a la hora de abrir nuevos frentes, presentar nuevas tramas e intrigas y encarar aquellos segmentos de la historia que no conllevan estrictamente la aparición de los titanes. En parte, se debe a que Isayama sigue sabiendo cómo sacarle el jugo a otros puntos fuertes ya consolidados, y que, en cierto modo, han hecho de Ataque a los Titanes una obra hasta cierto punto excepcional y fuera de lo común: la vulnerabilidad del ser humano ante la amenaza que se cierne sobre él, la sensación de que cada minuto cuenta, de que cada situación es crítica y los esfuerzos por crear un reparto de personajes lo más coral posible siguen siendo una constante bien ejecutada en los engranajes de la historia, pero que siguen sin poder esconder que la obra depende demasiado de su vertiente más trepidante y espectacular para configurarse como ese gran entretenimiento que ya ha demostrado ser.
Aun así, pedirle más en este sentido a Isayama no le sale a cuenta nadie: el autor sabe muy bien por qué leemos su obra, y nosotros no exigimos mucho más porque el espectáculo que garantiza Ataque a los Titanes está enfocado, precisamente, a ese afán de perfilarse como uno de los entretenimientos más a tener en cuenta del panorama actual en cualquier ámbito. Y vaya si lo consigue: la serie de Norma sigue teniendo las claves y el talento para ello, y la idea que rige su historia, sea todo dicho, continúa siendo de las más estimulantes que ha dado la industria del manga y el anime últimamente aun con esas carencias bien sabidas por todos y que no vamos a negar. De momento, sigue valiendo la pena mantener un ojo puesto sobre las trágicas vivencias de Eren y compañía, y si confiamos en lo visto hasta ahora, podemos tener fe en que seguirá cargándose de alicientes para ello. La constante ya la tiene, y la cosa ahora va de saber explotarla sabiamente.