Primeras impresiones de Cibercafé a la Deriva

cibercafé a la derivaCibercafé a la Deriva es la historia de un éxito ya consabido: sigue la estela del nuevo orden social donde ahora los volubles lectores que crecieron con Naruto y la argumentalmente narcisista Bleach demandan ya cosas algo más serias (que no totalmente cerradas a introspecciones narrativas), todo en un intento de escape hacia obras que sustituyan las vacías peleas por las reflexiones teóricas. Acto que busca denotarse como metonimia de una madurez que quizás no ha llegado (y que se vislumbra en el hecho de que, muchas veces, esas mismas mentes cerradas rehúsan de obras concebidas en décadas anteriores: ¿cuántos de los que están ya perdiendo la cabeza por lo último de Milkyway Ediciones se atreverá después con la clásica Aula a la Deriva, de Kazuo Umezz?).

¿Es, en cualquier caso, Cibercafé a la deriva una buena obra, sea para esos o para otro tipo de lector? No lo sé: sí estoy convencido, ojo, de que este primer tomo es un buen punto de partida.

Confesaré que no sé hacia dónde quiere ir Shuzo Oshimi, el también responsable de la bastante más conocida Aku No Hana, pero creo que tampoco me apetece plantearme demasiadas cábalas al respecto: Cibercafé a la Deriva trata sobre un grupo de personajes de los que, a falta de lucirse de momento, sólo sabemos que han acabado en un extraño páramo tras haber entrado en una especie de locutorio la noche anterior. Nadie parece saber el porqué, pero el caso es que el cibercafé ha terminado en lo que parece ser otra dimensión. Este tomo sirve para plantar las bases, para indicarnos que, vaya, el autor parece saber lo que quiere contar (a pesar de que algunos momentos, sobre todo en lo referente a los diálogos, totalmente acartonados y ciertamente efervescentes, saquen a uno del contexto). Y ya por eso éste es un buen primer volumen recopilatorio, digo: es pronto para discernir si el camino que nos invita a tomar Oshimi será interesante o no (yo le doy un voto a favor, pese a que su estilo de dibujo –filias personales aquí– no me acabe del todo), pero lo que sí que está claro es el tono que la obra va a llevar en los seis tomos que faltan por salir al mercado.

Dejando todo atrás y ciñéndome a la obviedad contundente de que puntuar con un valor numérico una obra no tiene ni pies ni cabeza: ¿compraría yo, personalmente, esta serie? Sí. ¿Por algo más que la calidad del producto en su más baja finalidad de materia para el entretenimiento masivo? También: en un mundo donde hasta el traductor puede tener peso en la compra de las obras (donde el lector, vaya, es más inteligente y está mejor concienciado de lo que adquiere) sí creo que hay un hueco para Cibercafé a la deriva. No negaré, además, que ahora ya quiero saber qué hay detrás del misterio que se plantea. Lo cual nos lleva, como en casi todas las narrativas de este tipo, a una alerta a tener en cuenta: una vez terminada de leer entera la obra, sólo habrá dos posibilidades: o que nos hayamos llevado la decepción más profusa de todas o que nos quedemos boquiabierto por cómo de bien se han cerrado todos los cabos. Esperemos que sea la segunda; en seis meses hablamos.